Vaya por delante que después de una vida laboral de más de 42 años, mi esposa y yo disfrutamos de sendas pensiones dignas que nos deberían hacer ver con optimismo el panorama social y ser defensores del llamado “sistema”.
Sin embargo, y desde esta atalaya de privilegiado, yo también me declaro antisistema.
Y lo hago después de haber podido comprobar, cómo los que manejan este “sistema” están desmontando lo que los trabajadores, y nuestra sociedad, desde finales del s. XIX han ido consiguiendo de cara hacia lo que ha venido en llamarse “estado del bienestar”.
Antisistema, porque nuestra clase política ha ido traspasando las funciones y las posibilidades de actuación de los estados y los gobiernos a manos de especuladores sin escrúpulos, parapetados tras el eufemismo engañoso de “mercado”.
Antisistema, porque con la excusa de una crisis, producida por la sed insaciable de los especuladores del “mercado”, se castiga a la ciudadanía a rebajar sus derechos y la cota de bienestar conseguida tras años de lucha.
Antisistema, porque sabiendo con plena certeza quiénes han causado y producido este estado de crisis, no se les castiga ni se les depone de sus puestos, sino que se les exime de responsabilidades y se les premia con suculentas gratificaciones.
Antisistema, porque para cubrir el déficit financiero de tan punible delito, los gobiernos detraen fondos de sus presupuestos en perjuicio de los gastos sociales.
Antisistema, porque nuestros gobiernos, tanto estatal como autonómicos, se han sometido sumisamente a los dictados del “mercado”, sin presentar otras alternativas ni soluciones que las que les dictan los especuladores del “sistema”, cobijados bajos las siglas de FMI o del Banco Mundial. (El gobierno de Islandia ha marcado la diferencia).
Antisistema, porque mientras que nuestros gobiernos nos exigen a la ciudadanía nuevas renuncias y pérdidas de bienestar, nuestra clase política se parapeta en su estatus privilegiado.
Antisistema, porque nuestra clase política ha convertido la participación democrática de los ciudadanos en una escueta y casi única intervención eficaz: el acto del voto al que nos llaman, como una verdadera exigencia, cada cuatro años.
Antisistema, porque este voto favorece a los partidos mayoritarios, en perjuicio de otras opciones, provocando un bipartidismo no representativo de la sociedad.
Antisistema, porque nuestros políticos se aferran a sus privilegios, prebendas y regalías sin los límites lógicos que en otros países son vigentes como el número de legislaturas; profesionalizando la política y desprestigiándola.
Antisistema, porque nuestra gobernantes se aferran a sus puestos a pesar de haber sido corruptos, y tratan de utilizar el voto democrático para blanquear sus corruptelas.
Antisistema, porque nuestra clase política se ha dotado de un estatus de privilegios que la hace distante de la ciudadanía, gran parte de la cual la tiene por una verdadera casta con prerrogativas, fueros y exenciones excesivos e injustos, que ellos mismos se han autoadjudicado: jubilaciones suculentas, dobles sueldos, exenciones tributarias...
Antisistema, porque este “sistema” no admite la crítica profunda ni el cuestionamiento de sus razones básicas, cuando en una sociedad moderna y verdaderamente democrática todo debería ser cuestionable, salvo los derechos humanos.
Antisistema, porque la tan proclamada libertad de expresión de nuestra democracia, no es real cuando el propio ”sistema” interpreta que es puesto en cuestión; o en todo caso queda en manos casi exclusivas de los gobiernos o de los medios de comunicación, que lo ejercen a su capricho y/o filtran las opiniones que ellos mismos califican de antisistema, como en el caso del reciente movimiento 15-M.
Por todo ello, y por muchas más razones, yo también soy antisistema.
Joaquín Contreras Rivera
Sin embargo, y desde esta atalaya de privilegiado, yo también me declaro antisistema.
Y lo hago después de haber podido comprobar, cómo los que manejan este “sistema” están desmontando lo que los trabajadores, y nuestra sociedad, desde finales del s. XIX han ido consiguiendo de cara hacia lo que ha venido en llamarse “estado del bienestar”.
Antisistema, porque nuestra clase política ha ido traspasando las funciones y las posibilidades de actuación de los estados y los gobiernos a manos de especuladores sin escrúpulos, parapetados tras el eufemismo engañoso de “mercado”.
Antisistema, porque con la excusa de una crisis, producida por la sed insaciable de los especuladores del “mercado”, se castiga a la ciudadanía a rebajar sus derechos y la cota de bienestar conseguida tras años de lucha.
Antisistema, porque sabiendo con plena certeza quiénes han causado y producido este estado de crisis, no se les castiga ni se les depone de sus puestos, sino que se les exime de responsabilidades y se les premia con suculentas gratificaciones.
Antisistema, porque para cubrir el déficit financiero de tan punible delito, los gobiernos detraen fondos de sus presupuestos en perjuicio de los gastos sociales.
Antisistema, porque nuestros gobiernos, tanto estatal como autonómicos, se han sometido sumisamente a los dictados del “mercado”, sin presentar otras alternativas ni soluciones que las que les dictan los especuladores del “sistema”, cobijados bajos las siglas de FMI o del Banco Mundial. (El gobierno de Islandia ha marcado la diferencia).
Antisistema, porque mientras que nuestros gobiernos nos exigen a la ciudadanía nuevas renuncias y pérdidas de bienestar, nuestra clase política se parapeta en su estatus privilegiado.
Antisistema, porque nuestra clase política ha convertido la participación democrática de los ciudadanos en una escueta y casi única intervención eficaz: el acto del voto al que nos llaman, como una verdadera exigencia, cada cuatro años.
Antisistema, porque este voto favorece a los partidos mayoritarios, en perjuicio de otras opciones, provocando un bipartidismo no representativo de la sociedad.
Antisistema, porque nuestros políticos se aferran a sus privilegios, prebendas y regalías sin los límites lógicos que en otros países son vigentes como el número de legislaturas; profesionalizando la política y desprestigiándola.
Antisistema, porque nuestra gobernantes se aferran a sus puestos a pesar de haber sido corruptos, y tratan de utilizar el voto democrático para blanquear sus corruptelas.
Antisistema, porque nuestra clase política se ha dotado de un estatus de privilegios que la hace distante de la ciudadanía, gran parte de la cual la tiene por una verdadera casta con prerrogativas, fueros y exenciones excesivos e injustos, que ellos mismos se han autoadjudicado: jubilaciones suculentas, dobles sueldos, exenciones tributarias...
Antisistema, porque este “sistema” no admite la crítica profunda ni el cuestionamiento de sus razones básicas, cuando en una sociedad moderna y verdaderamente democrática todo debería ser cuestionable, salvo los derechos humanos.
Antisistema, porque la tan proclamada libertad de expresión de nuestra democracia, no es real cuando el propio ”sistema” interpreta que es puesto en cuestión; o en todo caso queda en manos casi exclusivas de los gobiernos o de los medios de comunicación, que lo ejercen a su capricho y/o filtran las opiniones que ellos mismos califican de antisistema, como en el caso del reciente movimiento 15-M.
Por todo ello, y por muchas más razones, yo también soy antisistema.
Joaquín Contreras Rivera
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